28 de junio de 2014

La efectividad de la noviolencia



«Los medios por los cuales tratamos de realizar una cosa tienen por lo menos tanta importancia como los mismos fines que tratamos de lograr. En rigor, son en verdad más importantes todavía. Puesto que los medios de que nos valemos determinan inevitablemente la índole de los resultados que se logran; ya que por bueno que sea el bien a que aspiremos, su bondad no basta para contrarrestar los efectos de los medios perniciosos de que nos valgamos para alcanzarlo.» ~ Aldous Huxley

Antes de entrar a discutir la cuestión que plantea el título me gustaría definir los términos básicos que se analizan en este ensayo.

En primer lugar: ¿qué es la violencia? Para comprender el significado de este concepto me parece pertinente esta definición inspirada en el trabajo de Robert Muchembled:

«El origen del término «violencia» que aparece a principios del Siglo XIII como una derivación de la palabra latina vis, que significa fuerza o vigor, caracteriza a un ser humano iracundo y brutal, y particularmente define una relación de fuerza destinada a someter u obligar a otro.

Sin embargo, como bien se señala, se trata de acciones destinadas a someter u obligar a otro, ya sea mediante la fuerza física, o bien a través acciones que dañan, limitan y ponen en riesgo la integridad emocional y física de las personas, y que les impide acceder al ejercicio pleno de sus derechos y libertades fundamentales.

De ahí que la violencia abarca desde actos extremos como las agresiones físicas que buscan dañar, poner en riesgo o acabar con la vida de una persona, hasta aquellas acciones encaminadas a intimidar, atemorizar, controlar o denigrar, con la finalidad de limitar su libertad de acción y capacidad de decisión; así como todos aquellos actos orientados a obstaculizar el acceso a los recursos materiales e inmateriales para el pleno goce de sus derechos y su desarrollo.»

Ahora pues ¿qué sería entonces la no-violencia?

El concepto de la no-violencia se basa en los mismas nociones y valores que fundamentan nuestra moral: igualdad, respeto, empatía, derechos,... La única diferencia es que la noviolencia no acepta que ninguno de esos principios se use como excusa para la violencia. Esto último es lo que le propociona su carácter peculiar.

La no-violencia no debe confundir con la debilidad, la cobardía o el quietismo. A menudo es necesario poseer una gran fortaleza y determinación para no dejarse llevar por la violencia que es innata, aprendida o inculcada. Tampoco debe confundirse con la no-resistencia al mal que proponía Tolstoi, entre otros. La no-violencia ejerce la resistencia ante el mal pero sin recurrir nunca a la agresión. Aquí expongo algunos de los rasgos característicos que, a mi juicio, forman parte del movimiento de la no-violencia:

La noviolencia practica formas de acción creativas y noviolentas, como son, por ejemplo: la desobediencia civil, el activismo educacional, y la organización social constructiva.

La no-violencia respeta a los partidarios y causantes de la opresión porque reconoce que todas las personas tienen un valor intrínseco. La noviolencia se opone a toda forma de violencia —odios, agresiones— ya sea como idea o como acto, pero nunca ataca a la persona misma.

La noviolencia se enfoca en las causas de los problemas, más que en las consecuencias. Pretende solucionar los conflictos atendiendo a las raíces que lo nutren y provocan. 

Quienes adscribimos el principio ético de la noviolencia no somos perfectos ni estamos completamente libres de violencia. Tenemos una naturaleza de instinto agresivo, y hemos sido educados en una cultura de la violencia y formamos parte de una sociedad violenta. ¿Cuál es la diferencia pues? Que reconocemos que la violencia está mal, no la cometemos de forma deliberada y nos esforzamos por vivir mediante prácticas que sean noviolentas.

Me parece importante resaltar que dentro de la no-violencia se incluye no sólo el abandono de la agresión sino también la renuncia al odio y la mentira.

En cualquier caso, no es mi intención discutir en detalle el significado o la moralidad de la no-violencia en este ensayo, sino centrarme más bien en su efectividad, en su éxito a la hora de aplicarlo en la práctica.

No apoyamos las estrategias violentas tanto por convicciones éticas como por razones prácticas, pues analizamos cada ámbito partiendo de criterios distintos. El hecho de que algo sea práctico no equivale a que sea ético; ni el hecho de que algo sea ético lo convierte en eficaz o realizable. Si bien en el tema de la no-violencia resulta que ambas categorías confluyen mucho más de lo que la mayoría cree.




Según explica Erica Chenoweth, co-autora del libro "Why Civil Resistance Works: The Strategic Logic of Nonviolent Conflict" ["¿Por qué funciona la resistencia civil? La estrategia lógica del conflicto no-violento"]:

«Históricamente, las campañas de resistencia civil han surgido y tenido éxito en muchos tipos diferentes de sistemas políticos, incluyendo dictaduras y régimenes represivos. Ninguna clase de país es inmune a este fenómeno. Sin embargo, las campañas no violentas no tienen éxito sólo por ser no-violentas. Son exitosas porque tienen más probabilidades que las violentas de apelar a sectores cada vez más amplios de la sociedad, lo que les permite construir poder desde abajo.»




Las evidencias parecen claras: las estrategias no-violentas tienen una alta efectividad. Por tanto, no son inútiles ni menos eficaces que las violentas. De hecho, resulta que tienen más éxito y, además, sin las nefastas consecuencias directa e indirectas que tiene la violencia. Sólo la posición de la no-violencia puede provocar un cambio profundo de mentalidad. La violencia causa resentimiento y venganza.

Aquí pueden ver una charla de la autora, sobre este mismo tema:



A quienes se oponen al progreso moral, les interesa mucho más que sus adversarios usen la violencia para así poder legitimar una reacción violenta contra ellos y acusarles de ser "terroristas" o algo similar. En cambio, una revolución no-violenta les arrebata cualquier excusa para recurrir a la violencia. Y en el caso de que lo hagan, quedan deslegitimados ante la sociedad. Tal y como expone Pedro Valenzuela en "La no-violencia como método de lucha", el objetivo de la no-violencia no es sólo conseguir un objetivo material, sino lograr un cambio profundo de mentalidad:

«La recomendación principal es la de distinguir entre el adversario y el conflicto que con él se tiene. Un ejemplo de este principio es la insistencia de Martin Luther King en que la lucha de los negros en Estados Unidos no era contra los blancos sino contra el sistema de dominación de los blancos; es decir, la lucha no era contra quienes cometían injusticias sino contra las estructuras que permitían y reproducían la injusticia. Consistente con la primera admonición y con la concepción del oponente en la perspectiva ética, la segunda recomendación es la de evitar acciones que lleven al oponente a percibir la campaña noviolenta como un ataque personal. El objetivo es ganar la confianza del oponente, lo cual exige transparencia en las intenciones y los planes de acción, abstenerse de humillarlo, mantener la comunicación, realizar sacrificios y demostrar empatía hacia su perspectiva, sus sentimientos y dilemas, al tiempo que se enfatiza la oposición a políticas o estructuras específicas.»

Sin embargo, los graves problemas que siguen habiendo en países que gozaron de revoluciones no-violentas —como es el caso de Sudáfrica y algunos países del antiguo bloque socialista— exponen que la no-violencia debe ser asumida como una actividad permanente y no ocasional.

En su artículo «Teoría e historia de la revolución no-violenta», Jesús Castañar concluye aludiendo a la necesidad de que la no-violencia sea un movimiento estructural, y no puntual:

«En cualquier caso, las revoluciones noviolentas han demostrado que el futuro está en nuestras manos, y que dependerá de cómo nos organicemos y de que se tenga claro qué es lo que se quiere para lograr realmente cambios transcendentales, no cesando las movilizaciones con las primeras concesiones del sistema, antes de transformarlo profundamente. Desde luego, los medios —tácticas, estrategias, imaginación— ya están a nuestro alcance, y ya es una cuestión personal creer o no que se abre una nueva era que podemos afrontar con optimismo. Yo prefiero pensar que sí, ya que eso me permite continuar la lucha con más ánimo, pues, sin duda alguna, hará falta mucho ánimo y ale­gría para mejorar el mundo.»

El número de personas que apoyan un movimiento es obviamente decisivo para conseguir su éxito, pero ésa es una categoría aparte del tema la noviolencia. El número se refiere a la cantidad y la no-violencia se refiere a la cualidad. Son dos factores distintos. Y ninguno de ellos equivale automáticamente a éxito ni a fracaso.

De todos modos, la cuestión del número es relativa. No necesariamente tiene que haber una mayoría para lograr un verdadero cambio. Algunos estudios apuntan a que una minoría social puede influir de manera decisiva sobre la mayoría y conseguir que prevalezca su criterio.

La eficacia de la noviolencia reside, en parte, en el número de gente que la apoye y por eso necesitamos que haya más gente que se involucre en este movimiento y abandone la violencia o la indiferencia.

20 de junio de 2014

La inteligencia y su relación con el valor moral




Supongamos que una especie superior en inteligencia y nivel tecnológico a la nuestra invadiera la Tierra, nos sometiera, y nos utilizara como alimento, o como recursos para llevar a cabo experimentos científicos sobre nosotros, sin nuestro consentimiento, extirpándonos órganos e inoculándonos sustancias tóxicas para ver nuestra reacción a ellas. Es decir, algo muy similar a lo que hicieron los científicos nazis en los campos de concentración con los judíos.

Resulta que eso es exactamente lo que hacemos en nuestro planeta con los perros, ratones, conejos, moscas, primates y demás animales no humanos, sometidos a nuestra dominación. De ahí que el famoso astrofísico Stephen Hawking advirtiera en contra de los intentos por contactar con inteligencias extrarrestres. Con sus propias palabras:

«En lugar de tratar de comunicarse activamente con seres alienígenas los humanos deberían hacer todo lo posible por evitar el contacto. [..] Las personas sólo tienen que observarse a sí mismas para darse cuenta de cómo un organismo inteligente puede tornarse en algo que no se quisiera conocer.»

Parece que Hawking es consciente de que los humanos nos hemos comportado violentamente con los otros animales. Por eso es razonable suponer que otras especies más inteligentes se aprovecharían de nosotros, al igual que hemos hecho los humanos con los demás animales. ¿Qué diríamos ante aquella situación? ¿Afirmaríamos que los visitantes extraterrestres tienen derecho a actuar de ese modo puesto que nosotros no pertenecemos a su especie? ¿Estaríamos de acuerdo en que su proceder es justo dado que ellos son más inteligentes que nosotros?

Los defensores de la teoría del especismo cualificado argumentan que los humanos están en una categoría especial y superior al resto de animales porque poseen una serie de características particulares, tales como una inteligencia muy desarrollada, una capacidad de crear tecnología muy sofisticada, un nivel cultural muy complejo,... La cuestión es qué sucedería si aparece una especie que sobrepasa a los humanos en todas esas características y con la intención de esclavizar a los humanos. ¿Serían coherentes con su ideas y se pondrían de lado de los invasores como colaboracionistas?

En la medida en que afirmamos que la inteligencia parecida a la humana es moralmente relevante, entonces necesariamente deberíamos aceptar la idea de que otros seres con mayor inteligencia serían moralmente más valiosos que los humanos con menor inteligencia. Así lo plantea el profesor Tom Regan:

«Si el hecho de que ellos [los animales no humanos] pertenezcan a otra especie hace que sea correcto que los matemos o les inflijamos daño, el hecho de que nosotros pertenezcamos a una especie distinta de la suya haría que dejase de estar mal que ellos nos mataran o nos dañaran. "Lo siento amigo —dirían los compatriotas de E.T— pero es que no perteneces a la especie correcta.” Por lo que a nosotros respecta, no podemos quejarnos ni poner ninguna objeción moral si la pertenencia a la especie, además de ser una diferencia biológica, tiene una decisiva importancia moral.»

Millones de animales son esclavizados diariamente en centros de explotación animal de todo el mundo. Millones de individuos no humanos de diversas especies son criados, confinados, castrados, envenenados, infectados con enfermedades, sometidos a cirugía experimental, degollados o electrocutados.

Si comprendemos que las diferencias de inteligencia no son relevantes entre seres humanos, también deberíamos poder comprender que esas diferencias son igualmente irrelevantes cuando se trata de otros animales sintientes.

En lo que concierne a la inclusión en la comunidad moral, la única característica relevante es la sintiencia. ¿Por qué? Porque sólo los seres sintientes poseen identidad. Sólo los seres dotados de sensación tienen conciencia —conciencia de sí mismos y de lo que les sucede. Por tanto, tienen un valor intrínseco que no depende del valor instrumental que puedan tener para otros. Si el razonamiento se basa en la lógica, y la lógica se fundamenta en el principio de identidad, entonces respetar el principio de identidad nos obliga a respetar a los seres que poseen identidad. Una moral racional significa actuar de forma coherente con la lógica. Si un ser es sintiente entonces es un sujeto. Si es un sujeto entonces no deberíamos tratarlos como si fuera un objeto. Por tanto, debería ser considerado como una persona.

Por otra parte, aparte de la cuestión propiamente ética, la discusión sobre si estas prácticas son necesarias desde el punto de vista práctico conduce necesariamente a concluir que no lo son. No necesitamos usar a otros animales para comida, vestimenta, entretenimiento, transporte y otros propósitos. Los utilizamos por placer, diversión, costumbre o mera conveniencia. Ninguna de estas excusas puede justificar moralmente el hecho de que utilicemos a otros animales. Al utilizarlos no sólo vulneramos su valor intrínseco, al atribuirles exclusivamente un valor instrumental en beneficio de nuestros intereses, sino que también violamos el principio ético de igualdad.

El principio de igualdad, o principio de igual consideración, es un criterio lógico que toda teoría moral debe incorporar para ser considerada racional. Este principio nos obliga a tratar de forma igual todos aquellos elementos moralmente relevantes que sean iguales —o muy similares. Por tanto, cuando decimos que todos todos los seres con valor moral deben ser considerados de forma igual, nos referimos a que su individualidad y sus intereses básicos —aquellos que son intrínsecos al hecho de sentir— deben ser considerados al mismo nivel puesto que son los mismos intereses. Esto es, no se justifica supeditar ni sacrificar forzosamente el interés de uno para satisfacer el de otro.

Cuando condenamos la explotación de seres sintientes, lo hacemos en virtud de los dos principios básicos sobre los que se sostiene la ética: el valor intrínseco y la igualdad.

Es pertinente aclarar que la igualdad moral no significa igualitarismo, Por ejemplo, no debemos tratar a todos los humanos exactamente de igual manera en todos los aspectos de la vida. Cuando se trata de cuestiones económicas, consideramos que es más valioso económicamente el trabajo de un cirujano que el de un barrendero, porque consideramos que el primero tiene un mayor valor de utilidad que el segundo en un sentido profesional.

Ahora bien, incluso asumiendo que esa diferente asignación de recursos es legítima, ¿podríamos decir que un barrendero posee menor valor moral como individuo que un cirujano en lo concerniente a cuestiones como decidir si es éticamente legítimo usarlo como donante forzado de órganos o como participante no voluntario a un experimento o como comida para otros? Por supuesto que no. En lo que respecta al hecho de ser utilizado exclusivamente como un recurso para otros, ambos son iguales porque ambos son sintientes. Independientemente de su nivel de inteligencia, ambos valoran su propia vida y tienen un interés en conservarla y protegerla del daño. El valor moral se refiere exclusivamente a la sintiencia en sí misma, y a ninguna otra característica, puesto que es la conciencia sensitiva la que general el valor inherente.

Por un lado, entendemos que seres humanos que poseen menor nivel de inteligencia que nosotros [bebés, niños, incapacitados, seniles] no merecen menos consideración sino que, en todo caso, merecerían más consideración por nuestra parte debido a su situación peculiar. Por otro lado, resulta que luego argumentamos en favor de la opresión sobre los animales apelando a que ellos son menos inteligentes o a que ellos no se pueden defender de nosotros, o que no tienen capacidad de reivindicar sus derechos, y por tanto los humanos nos consideramos superiores con derecho a explotarlos. Sólo los partidarios del fascismo aceptan ese criterio dentro del contexto humano, pero cuando se trata de otros animales parece que ese criterio se asume como algo normal, tal y como denunciaba Gary Francione:

«Señalar que podemos explotar a los otros animales porque somos “superiores” no es más que decir que tenemos más poder que ellos. Y nada más. Y exceptuando los partidos fascistas, la mayoría de nosotros rechazamos la visión de que el poder establece lo que es correcto. Así que por qué, díganme, está ese principio tan ciegamente aceptado cuando se trata de nuestro relación con los demás animales.»

Aquí se produce una contradicción entre lo que pensamos, lo que decimos y lo que hacemos. Esto sucede porque discriminamos arbitrariamente entre los individuos que somos humanos y quienes no lo son. Esta es la base del prejuicio que denominamos especismo.

En definitiva, ¿qué papel se supone que tendría la inteligencia en relación con la ética? La inteligencia sólo puede ser una característica relevante en lo que se refiere a la agencia moral, es decir: la capacidad de comprender y aplicar reglas morales. Para esto es requisito necesario poseer un determinado nivel o grado de inteligencia. Obviamente no se le puede exigir a nadie que cumpla con determinas normas de conducta si ni siquiera puede comprenderlas e interiorizarlas. Aunque el sentido moral se haya detectado en otros animales, la agencia moral sólo parece desarrollarse, por lo general, en los humanos.

Todavía se continuará diciendo que la diferencia de inteligencia nos justifica en explotar a los otros animales que no son humanos; pero la verdad es justamente lo opuesto: precisamente porque somos inteligentes es por lo que tenemos la obligación moral de respetar a los demás animales. Es decir, tratarlos como personas, y no como recursos.

11 de junio de 2014

Los insectos son seres sintientes

«Estoy dispuesto a dar al diminuto cerebro de un insecto —siempre que tenga la posibilidad de representar los estados de su cuerpo— la posibilidad de tener sentimientos, de hecho, me sorprendería muchísimo descubrir que no los tienen.» ~ Antonio Damasio


¿Hay pruebas objetivas de que los insectos pueden sentir —es decir, procesan percepciones en forma subjetiva— y específicamente pueden experimentar sensaciones, emociones y deseos? Pues al parecer sí las hay:

«Ralph Greenspan, del Instituto de Neurociencias de San Diego, presentó el mes pasado en Melbourne los siguientes resultados. Cuando un objeto móvil pasa por delante de una mosca, no sólo se activan las áreas cerebrales del insecto que procesan la información visual, sino también otras situadas en su lóbulo frontal —que en la mosca recibe el oprobioso nombre de cuerpo seta, pero que muestra notables parecidos con el lóbulo frontal de nuestro cerebro, donde residen nuestras altas funciones mentales.

Greenspan hizo después un experimento que podríamos denominar la mosca de Pavlov: cada vez que el objeto pasa por delante de la mosca, Greenspan le inflige al bicho un desagradable choque térmico. Tras repetir esto unas cuantas veces a intervalos regulares, las neuronas del cuerpo seta aprenden a predecir cuándo van a venir mal dadas: de hecho, se disparan medio segundo antes de que pase el objeto y el choque térmico.

Greenspan ha podido determinar que ese efecto pavloviano requiere la activación simultánea y coherente de los cuerpos seta y de otros circuitos distantes a los que podríamos llamar emocionales, con perdón: circuitos relacionados con la atención, con la percepción del peligro, con el recuerdo de otras experiencias placenteras o dolorosas. Emociones, vaya.»

También el químico Joe Schwarcz relata el siguiente caso:

«Primero se pensó en usar el periplanone-B para atraer a las cucarachas macho a alguna trampa con veneno incorporado. Pero surgió un problema. Cuando las cucarachas vieron que sus compañeros morían al probar el cebo, empezaron a asociarlo con la muerte, y pronto empezaron a escapar corriendo, ilesos.»

Respecto de las abejas en particular —uno de los insectos más explotados por el hombre— Joan Dunayer nos relata lo siguiente:

«La evidencia es que ellas piensan y sienten. [...] Hay importante evidencia electropsicológica de la conciencia de las abejas. En un experimento, los investigadores mostraron a las abejas una secuencia de luces que aparecían en intervalos regulares. Cuando una luz era omitida [no se emitía en el momento esperado] los cerebros de las abejas mostraron actividad eléctrica inmediata después del momento en el que la luz ordinariamente debería aparecer. En otras palabras, las abejas reaccionaron mentalmente a la ausencia del flash esperado. Con test similares, los humanos tienen reacciones idénticas. Una actividad cerebral semejante ha sido considerada como un indicativo de lo que los investigadores de abejas llaman “conciencia más alta”. Los mismos resultados han sido observados en cangrejos y hormigas. Así, quienes no creen en la conciencia de las abejas ignoran la literatura científica o están cegados por su especismo.»

Alguien puede insistir en que no tenemos pruebas totalmente claras y firmes que confirmen la sintiencia en los insectos, pero entonces habría que añadir que tampoco las tendríamos respecto de los humanos.

¿Cómo sabemos que los otros seres humanos son sintientes? Sólo podemos tener experiencia directa de nuestra propia sintiencia individual y singular; todo lo demás son deducciones que hacemos a partir de indicios.

Aunque quizá sea una duda legítima a plantear, sin embargo no sería una duda muy razonable puesto que las evidencias apuntan claramente a que los humanos son seres sintientes. Por los mismos motivos, lo más razonable es deducir que probablemente los insectos sean en efecto seres conscientes.

En su artículo "Consciousness in a Cockroach” ["La conciencia en una cucaracha"] Douglas Fox relata lo siguiente:

«Para Nicholas Strausfeld un pequeño cerebro es algo hermoso. En su carrera de más de 35 años, el neurobiólogo de la Universidad de Arizona, campus Tucson, ha observado las pequeñísimas estructuras cerebrales de las cucarachas, insectos de agua, gusanos rojos, algunos camarones, y docenas de otros invertebrados. [...] Strausfeld concluye que los insectos poseen “los cerebros más sofisticados sobre este planeta”."

Cuando usted considera que las neuronas en sí mismas son sorprendentemente similares en todo el reino animal, todo esto empieza a tener sentido. “Se tiene los mismos blocks de construcción básicos para vertebrados e invertebrados”, dice Strausfeld, “y existen ciertas maneras en que usted puede colocar estos blocks de construcción juntos en los cerebros”.

“Probablemente lo que requiere la conciencia”, dice Koch de Caltech, “es un sistema suficientemente complicado con una enorme retroalimentación. Los insectos tienen eso.»

Este conocimiento debería suponer un cambio en nuestra actitud moral respecto de los insectos, dejando de discriminarlos y despreciarlos simplemente por su aspecto o su tamaño. Según informa la agencia de noticias BBC Mundo:

«La cucaracha —tan odiada por mucha gente —es un insecto más sofisticado y social de lo que pensábamos, según revela un nuevo estudio.

Se esconden lejos, al acecho, de forma invisible, en rincones oscuros y grietas. Cuando emergen, se escabullen sin rumbo, a menudo alrededor de nuestras casas, cocinas y en hoteles y restaurantes sucios.

Terminamos despreciándolas por su comportamiento natural, viéndolas como una plaga que hay que evitar e incluso exterminar. Sin embargo, las cucarachas han sido tratadas a menudo de manera injusta. Al descubrir los secretos de estos escalofriantes insectos, los científicos han visto que son mucho más sofisticados de lo que pensábamos.

Tras conocer su vida secreta se han dado cuenta de que las cucarachas son en realidad criaturas muy sociales, que reconocen a los miembros de sus propias familias, con diferentes generaciones de una misma familia viviendo juntas. A las cucarachas no les gusta que las dejen solas y sufren problemas de salud cuando lo están.»

No hay razón para pensar que la capacidad de sentir de los insectos —e invertebrados en general que posean un sistema nervioso centralizado— es fundamentalmente diferente de la de los vertebrados. Tal y como explica Chris M. Sherwin:

«Debido a que los estados mentales son una experiencia privada, no podemos estar seguros de si los demás animales, ya sean vertebrados o invertebrados, tienen las mismas experiencias subjetivas que los humanos. En el caso de los vertebrados, empleamos el argumento por analogía, y si un animal responde de manera similar a los mismos estímulos, aceptamos que su experiencia ha de ser presumiblemente análoga, casi sin dudarlo y si apenas evidencias adicionales respecto a su conciencia o alguna función nerviosa similar. Pero, con escasa justificación, se emplea un criterio distinto con los invertebrados. Esto ha conducido a la creencia generalizada de que, mientras que los vertebrados son capaces de experimentar dolor, angustia y sufrimiento, la mayoría de los invertebrados no lo son. Sin embargo, si se aplica el argumento por analogía sobre las evidencias aquí presentadas, se aprecia que los invertebrados a menudo responden a estímulos potencialmente dolorosos o desagradables de una manera sorprendentemente similar a como lo hacen los vertebrados, lo que sería indicativo de que son capaces de experiencias análogas. Rechazar esto sin pruebas irrefutables es cambiar las reglas del argumento por analogía arbitrariamente.»

Aunque no podamos tener una certeza absoluta al respecto, todas las evidencias apuntan con claridad a que los insectos son seres conscientes. Ellos experimentan sensaciones y tienen deseos e intenciones. Por tanto, merecerían la misma consideración moral básica que cualquier otro ser sintiente. Es por esto que deberíamos respetarlos, empezando por no participar en su explotación: miel, jalea real, seda, ácido carmínico [e-120],...

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