29 de diciembre de 2015

Derechos Animales vs. El Mito Del Trato Humanitario



En el siguiente artículo, el profesor Tom Regan expone su análisis sobre aquella posición —supuestamente basada en el principio humanitario de que no debemos causar un sufrimiento innecesario a los otros animales— que es denominada como «Bienestar Animal» partiendo de varios ejemplos que describen lo que se hace con los animales en la industria de explotación animal bajo las regulaciones legales promovidas por los partidarios del «Bienestar Animal».

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Derechos Animales vs. El Mito Del Trato Humanitario

Tom Regan


2010


Muchas personas nos ven como excéntricos declarados, de primer nivel, los primeros de la clase de los chiflados. Sin embargo, reducido a lo esencial, lo que nosotros defendemos es de mero sentido común.

Lo que nosotros creemos

Creemos que cada animal matado para alimentarnos, atrapado en una trampa para usar su piel, utilizado en laboratorios o entrenado para saltar por aros es alguien único, no un genérico “algo”. Creemos que les importa lo que les suceda. ¿Por qué? Porque lo que les sucede representa una diferencia en la calidad y la duración de sus vidas.

A este respecto, pensamos que los humanos y los animales son lo mismo, son iguales. De modo que todos los defensores de los derechos animales comparten un punto de vista moral común: no deberíamos hacerles lo que no querríamos que nos hicieran a nosotros. No comerlos. No llevar sus pieles. No experimentar en ellos. No entrenarlos para saltar por aros. Nosotros decimos: "No Jaulas Más Grandes, Sino Jaulas Vacías."

El "trato humanitario" en la legislación

Comparativamente hablando, pocas personas son defensoras de los derechos animales. ¿Por qué? Parte de la respuesta concierne a nuestras creencias dispares acerca de con qué frecuencia se trata mal a los animales. Nosotros opinamos que ésta es una tragedia de proporciones incalculables. Los no activistas creen que el maltrato apenas ocurre.

Que piensen así parece bastante razonable. A fin de cuentas, tenemos leyes que disponen cómo han de ser tratados los animales, y una cuadrilla de inspectores del gobierno para certificar que dichas leyes son obedecidas.

¿Qué requieren nuestras leyes? En el lenguaje de nuestra legislación federal más importante, el Acta de Bienestar Animal, los animales deben recibir "un cuidado y un trato humanitario." Es decir, los animales deben ser tratados con consideración y bondad, con misericordia y compasión, el auténtico significando de la palabra "humanitario." Así reza en cualquier diccionario estándar.

Si las cosas estuvieran tan mal como los activistas dicen que están, los inspectores del gobierno sacarían a la luz pública una enorme cantidad de casos de crueldad. Sin embargo, esto es precisamente lo que los inspectores de gobierno no encuentran.

Para el ejercicio económico 2001, el Servicio de Inspección de Salud de Animales y Plantas (APHIS) realizó 12.000 inspecciones. De este total, sólo se informó de 140 casos de posibles infracciones por dispensar un trato inadecuado a los animales. Esto significa una tasa de cumplimiento de la ley del 99%.

No es de extrañar que el gran público crea que, salvo raras excepciones, los animales son tratados con misericordia y bondad, con consideración y compasión.

Las inspecciones y el mito del "cuidado y trato humanitario"

Por desgracia, la confianza del público en lo adecuado de las inspecciones del gobierno es desacertada. Lo que los inspectores del APHIS consideran trato humanitario socava las propias inspecciones antes de que se lleven a cabo. Considere algunos ejemplos de lo que les ocurre a los animales en los laboratorios de investigación:

Gatos, perros, primates no humanos y otros animales son ahogados, asfixiados, y matados de hambre.

Son quemados, sometidos a radiaciones, y utilizados como "conejillos de indias" en la investigación militar.

Se les extraen los ojos quirúrgicamente y se destruye su audición.

Son desmembrados, y sus órganos son aplastados.

Se utilizan medios invasivos para provocarles infartos, úlceras y convulsiones.

Se les priva del sueño, se les somete a electroshock, y se les expone a calor y frío extremos.

Cada uno de estos procedimientos y resultados cumple con el Acta de Bienestar Animal. Todos obedecen a lo que los inspectores del APHIS consideran "un cuidado y un trato humanitario”. Y las cosas son aún peores.

Está yendo a peor

Se estima que el número anual de animales utilizados en laboratorios de investigación sujetos a inspecciones del APHIS es unos 20 millones. Esta cifra, a pesar de ser considerable, resulta insignificante al lado de los 10 mil millones de animales matados al año para ser comidos, sólo en los Estados Unidos. 

Sorprendentemente, los animales de granja son explícitamente excluidos de la protección legal que proporciona el Acta de Bienestar Animal. Esto es lo que el APA dice: 

«[En el Acta de Protección Animal] el término 'animal'... excluye a caballos no empleados para la investigación y otros animales de granja, tales como, aunque no exclusivamente, el ganado o las aves, utilizados o destinados a convertirse en alimento (o tejido). . .»

¿Pero si no es nuestro gobierno, entonces quién decide qué significa un cuidado y un trato humanitario para los animales de granja? En la política real sobre la ganadería americana, es la propia industria de animales de abasto la que escribe las reglas. ¿Y qué tipo de trato permiten esas reglas? Veamos algunos ejemplos:

Las terneras pasan toda su vida confinadas individualmente en estrechos establos tan reducidos que no pueden darse la vuelta.

Las gallinas ponedoras viven un año o más en jaulas del tamaño de un cajón de escritorio, siete gallinas o más por jaula, tras el cual son sistemáticamente privadas de comida durante dos semanas para inducir un nuevo ciclo de puesta.

Las cerdas son instaladas durante cuatro o cinco años en cercos individuales rodeados de barrotes ("establos de gestación") escasamente más anchos que sus cuerpos, donde son forzadas a dar a luz camada tras camada.

Hasta que saltó la reciente alarma de las “Vacas Locas”, las vacas demasiado débiles para mantenerse en pie eran arrastradas o empujadas hasta el matadero.

Los gansos y los patos son forzados a ingerir el equivalente humano a 30 libras de alimento por día para agrandar su hígado, lo mejor para satisfacer la demanda de foie gras (arcaica tradición francesa).

Todas estas condiciones y procedimientos ponen de manifiesto el pertinente compromiso de la industria con la misericordia y la bondad, la compasión y la consideración.

No olviden la vestimenta

Conforme a lo dispuesto en el Acta de Bienestar Animal, existen más animales, además de los destinados a ser "alimento", que no alcanzan la consideración de animales. Esto es válido para cualquier animal empleado en la industria textil. En la del cuero, por ejemplo. O la lana. O la piel. Esto son hechos, no ficción. Los animales cuya piel utilizamos, tanto si son atrapados en trampas como si son criados en granjas peleteras, están exentos incluso de la escasa protección legal proporcionada por el APA. Como sucede en la ganadería, la industria peletera establece sus propias medidas y regulaciones de "cuidado humanitario"

¿Y qué cosas permiten las granjas peleteras o las trampas “humanitarias”? Aquí tenemos algunos ejemplos:

En las granjas, los visones, chinchillas, mapaches, linces, zorros y otros animales son confinados en jaulas de tela metálica durante toda su vida.

Las horas que están despiertos las pasan desplazándose de un lado al otro, o haciendo círculos con la cabeza, o saltando hacia los lados de sus jaulas, o automutilándose, o comiéndose a sus compañeros de jaula.

Se les mata rompiéndoles el cuello, o por asfixia (utilizando dióxido de carbono o monóxido de carbono), o introduciéndoles barras eléctricas por el ano para "freírlos" de cabo a rabo.

Los animales atrapados en trampas tardan un promedio de 15 horas en morir.

A menudo se arrancan a sí mismos los miembros atrapados en un vano intento por salvar sus vidas.

Todo es perfectamente legal; cada detalle ocurre de acuerdo con los estándares de bondad y misericordia, de consideración y compasión de la industria. Aquellos de nosotros que ya tenemos una cierta edad recordamos las inmortales palabras del locutor de televisión Howard Beale, en la Red cinematográfica. Todo es una locura, decía Beale. El mundo está patas arriba. La gente debería enfadarse. Enfadarse de verdad. "!Quiero que todos ustedes se levanten de sus sillas!," decía Beale a sus espectadores, "Vayan hacia la ventana, ábranla, saquen la cabeza, y griten, '!estoy absolutamente furioso y no voy a permitir esto ni un minuto más!'"

Tiempo de ira

Las personas que confían en lo que los portavoces de la industria y los inspectores del gobierno les dicen acerca del "cuidado y el trato humanitario" de los animales deberían seguir la recomendación de Howard Beale. Deberían enfurecerse por dos razones.

Primero, deberían enfurecerse por cómo se les ha tratado. La pura realidad es que no se les ha dicho la verdad. Han sido desorientados y manipulados por los portavoces de la industria y del gobierno. "No hay nada de qué preocuparse. Público, confíe en nosotros: todo está en orden en los laboratorios, en las granjas, en el campo. Los animales reciben un trato humanitario." ¿Confía en nosotros? Esperemos que ya no.

Segundo, la gente debería enfurecerse por cómo se trata a los animales. Cuando los animales son desmembrados y sus órganos aplastados; cuando se les hace enfermar a través de la alimentación que son forzados a comer y pasan la vida entera solos, aislados; cuando son gaseados hasta morir o se les rompe el cuello: no existe maquinaria propagandística en el mundo que pueda transformar estos hechos espantosos en lo que no son.

Si llega el día en que el gran público se enfurece, el número de defensores de los derechos animales empezará a alcanzar niveles sin precedentes. Cuando ese día llegue, pero no hasta entonces, nuestra esperanza compartida en un mundo en el que los animales sean de verdad tratados humanamente tendrá por fin unas bases sólidas sobre las que asentarse. 


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Este artículo de Tom Regan es otra aportación que nos ayuda a comprender por qué el denominado´Bienestar Animal´ es un fraude empírico y moral.

Es un fraude moral porque no aporta ninguna razón que justifique que utilicemos a otros animales como recursos para nuestro beneficio. Simplemente da por hecho que tenemos legitimidad en someter y matar a los demás animales en tanto que eso beneficie a los humanos.

Es un fraude empírico porque la posición del ´Bienestar Animal´ no sólo acepta y promueve la explotación de animales no humanos sino que considera que esclavizarlos y matarlos es compatible con su bienestar. Sin embargo, si estas prácticas se aplicaran sobre seres humanos, la gente las calificaría como tortura.

El simple hecho de que los animales que son víctimas de esta explotación no sean humanos es la única diferencia que podemos alegar para establecer una valoración diferente. Es decir, no podemos establecer ninguna diferencia que sea moralmente relevante, pues la diferencia de especie es equivalente a la diferencia de sexo o de raza.

Oponerse al «Bienestar Animal» no significa oponerse al bienestar de los animales no humanos sino que significa oponerse a unas políticas que atenta directamente contra su bienestar —además de contra su libertad y su vidas. El denominado 'Bienestar Animal' no ha ayudado a eliminar el sufrimiento que infligimos a los demás animales y de hecho más bien han servido para perpetuarlo y agravarlo.

Como acertadamente explicaba la autora Joan Dunayer:

«Los bienestaristas a menudo acusan a los defensores de los Derechos Animales de ser insensibles al sufrimiento de los no-humanos. Nada podría estar más lejos de la realidad. Los defensores de los Derechos Animales entienden que ninguna víctima de la industria alimenticia cuenta con verdadero bienestar. Los animales considerados dispensadores de huevos, leche o carne son acordemente tratados como cosas, no como personas. Con el bienestarismo el sufrimiento sigue y sigue y sigue aumentando. Debemos hablar y actuar demostrando y demandando pleno respeto para los animales no humanos. Sólo ese respeto máximo puede reducir, y finalmente acabar, con el sufrimiento masivo.»

Por todo ello, quien esté a favor de los Derechos Animales debería oponerse activamente al denominado «Bienestar Animal» por ser una posición ideológica y un instrumento práctico en favor del sometimiento y la destrucción de los animales no humanos.

La única forma real y efectiva de dejar de hacer daño innecesariamente a los demás animales es dejar de utilizarlos —dejar de consumirlos.

18 de diciembre de 2015

«Pseudociencia en el Movimiento Animalista»



Este artículo del profesor Casey Taft es una continuación de otro artículo anterior titulado «El Activismo Animalista Y El Método Científico» en el que explicaba cómo los grupos bienestaristas manipulan los datos para intentar forzarlos a que encajen sus ideas. En esta entrada veremos como esta deshonestidad no es un caso puntual sino que parece ser algo sistemático de esos grupos.

La supuesta "ciencia" que las organizaciones bienestaristas están promoviendo para intentar justificar su forma de actuar no es tal ciencia. No es ciencia sino pseudociencia. Yo diría que ellos quieren hacer creer a la gente que su activismo reformista es más efectivo que el activismo de los abolicionistas veganos, para así conseguir su apoyo y, sobre todo, su dinero.

No cabe duda de que debemos introducir el método científico en el análisis de nuestro activismo para poder valorar y mejorar su eficacia. Pero antes, sería necesario comprender la diferencia entre la ciencia real y la estafa pseudocientífica que los bienestaristas están difundiendo. 

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«Pseudociencia en el Movimiento Animalista»

Casey Taft, PhD


Expuse anteriormente mi análisis acerca de una investigación en la que Humane Research Council [ahora renombrada Faunalytics] malinterpretaba los datos para intentar defender la idea de que debemos promover que la gente reduzca su consumo de carne en lugar de promover el veganismo. Tal y como señalé, sus datos apuntaban justo lo contrario de lo que manifestaban en sus conclusiones e indicaban que debemos promover el veganismo en lugar del "reducetarianismo". Otros fallos del estudio radicaban en la ausencia de hipótesis testables basadas en una teoría y que habían maldefinido el veganismo y lo consideraban como una dieta en lugar de una posición ética contra el uso de animales. Además, no habían dispuesto sus hallazgos a la revisión por pares, lo cual es un práctica estándar en la comunidad científica.

Así que cuando vi que otro grupo, el Humane League Labs, ha publicado un reciente estudio que de forma similar concluye que debemos animar a la gente a reducir su consumo de animales en lugar de eliminarlo completamente, me mostré escéptico al respecto. Leí el informe completo, por supuesto, para comprobar si sus datos coincidían con sus conclusiones. Tal y como sospechaba, no fue así.

La premisa de este estudio ya la hemos visto antes. Ellos repartieron propaganda que "trataba sobre la crueldad de las granjas industriales y los beneficios para la salud de eliminar los productos animales de nuestra dieta". Después, los autores repartieron ocho planfletos diferentes que exponían varias cuestiones: algunos animaban a lectores a "comer vegano"; otros animaban a "comer vegetariano"; otros animaban a "comer menos carne"; y otros animaban a "reducir o suprimir" la carne y otros productos animales.

Al igual que en el anterior estudio que critiqué, aquí también hay serios problemas teóricos y metodológicos. De nuevo, el mayor problema respecto de este estudio es que el veganismo no está apropiadamente presentado. Un mensaje vegano no se enfoca sólo en las "granjas industriales" sino que discute la moralidad de utilizar a los animales en cualquier forma. Tampoco se enfoca en la salud. Por tanto, si los autores quieren sacar inferencias sobre el mensaje vegano y su efectividad, entonces deberían referirse al verdadero mensaje vegano.

No voy a analizar los problemas metodológicos en detalle pero el enfoque utilizado no se podría considerar aceptable si fuera sometido científicamente a una revisión por pares. Los principales problemas incluyen un bajo nivel de respuesta en el seguimiento [menos de la mitad] y la ausencia de contabilidad de los datos faltantes [esto es: análisis de datos incompletos]; la confianza en "la calificación por puntos" que es un enfoque claramente débil en el análisis de datos; una falta de claridad acerca de cómo fue la selección aleatoria de los participantes; y una cantidad de grupos desequilibrada.

Sin embargo, lo más preocupante es cómo los datos fueron malinterpretados de manera coincidente con la visión de este grupo. Los que estaban en el grupo de "control" redujeron su consumo de carne y lácteos en mayor medida que los otros grupos. Más aún, los únicos hallazgos estadísticamente significativos fueron aquellos que demostraban que los que estaban en el grupo de control reducían su consumo en mayor medida que quienes recibieron diferentes mensajes. En otras palabras, el único resultado "significativo" a partir del análisis de datos es que los individuos reducen su consumo de carne y lácteos en mayor medida cuando no se les anima a cambiar nada que cuando se les anima a hacer alguna clase de cambio en su consumo. Estos resultados contraintuitivos sugieren que los problemas metodológicos que anteriormente analicé conllevan que todos los datos obtenidos sean cuestionables. En definitiva, los resultados no tiene sentido, y es razonable mostrarse escéptico sobre que podamos sacar algo en claro de todo esto.

Los autores, por otro lado, han interpretado estos resultados que no tienen significado estadístico de forma que concluyen que el mensaje "reduce o suprime" la carne y otros productos animales "sería el enfoque más efectivo" para conseguir que la gente reduzca su consumo de productos animales. Estas conclusiones son injustificadas de acuerdo a los datos actuales, la falta de significado estadístico entre los grupos [excepto por las diferencias mostradas en aquellos que no recibieron ningún mensaje y que fueron los que más redujeron su consumo], y los problemas metodológicos que ponen en cuestión la validez de los datos.

La pseudociencia es "una afirmación, creeencia, o práctica que es presentada como científica pero que no se ajusta a la metodología científica válida, carece de evidencia que la apoye, no puede ser probada de forma estable, y demás carencias de tipo científico." Cuando una organización realiza un estudio y malinterpreta datos erróneos para adecuarlos a su tipo de activismo, está incurriendo en la pseudociencia. Esta clase de prácticas parecen ser demasiado comunes en el ámbito animalista, lo cual es decepcionante y potencialmente peligroso. Medios informativos y otras organizaciones difunden las conclusiones de este estudio asumiendo que son válidas. Las organizaciones que llevan a cabo esta clase de trabajo pueden afirmar falsamente que su forma de trabajar está "basada en la evidencia". Es potencialmente dañino para los animales promover la idea de que una forma de activismo es más efectiva que otra basándose en estudios profundamente sesgados y erróneos. Podemos y debemos hacerlo bastante mejor que esto.

Texto original en inglés: 
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Mi interpretación sobre lo que ha sucedido es la siguiente: muchos bienestaristas dejaron de consumir animales por estar en contra del sufrimiento y se autodenominaron 'veganos', pensando que el veganismo era una simple dieta o estilo de vida. Pero ahora se dan cuenta de que el veganismo como principio ético es lo contrario de lo que ellos defienden —ellos están a favor de la explotación animal si es para acabar con el sufrimiento— y por eso difunden propaganda para desacreditar la idea de que consideremos el veganismo como un principio moral y favorecer la distorsión de su significado original.

10 de diciembre de 2015

No Somos Su Voz



Me resulta problemática esa idea difundida por algunos grupos animalistas que afirma que nosotros somos, o debemos ser, «la voz» de los otros animales. Me parece una afirmación controvertida por varias razones.

Primero; porque ellos no son mudos ni inexpresivos. Ya tienen su propia voz. Poseen su propio lenguaje y forma de expresión, aunque nosotros no les podamos entender. 

Segundo; porque ellos no nos han elegido como sus representantes. Por tanto, no podemos ser sus portavoces legítimos. 

Tercero; porque lo que en realidad hacemos siempre es ser la voz de nuestros propios deseos o de nuestra interpretación de una teoría moral acerca de lo que debemos hacer, y de la diferencia entre el bien y el mal.

Es posible que ese lema de que «somos su voz» nos resulte muy evocador. Pero el solo hecho de que algo nos guste no conlleva que esté bien. A mucha gente le gusta comer animales y eso no significa que esté bien. Eso no es un criterio válido. Y no importa que la finalidad que se pretenda sea supuestamente buena. No somos su voz y, por tanto, no deberíamos creer ni decir que lo somos.

No es correcto confundir nuestra voluntad o nuestros deseos particulares con la voluntad o los deseos de los otros animales. El problema sucede cuando algunas personas sí lo confunden: creen que lo que ellos piensan y desean equivale exactamente a lo que otros animales piensan y desean en una circunstancia particular. Pero no es necesariamente así, puesto que no podemos conocer el contenido concreto de la voluntad y el pensamiento de los demás animales.

Gracias a la investigación científica sabemos con certeza que los demás animales son seres sintientes. Sabemos que son seres dotados de conciencia. Individuos con una mente que poseen voluntad e intereses propios. 

Sabemos que la lógica moral indica que su individualidad y sus intereses no deben estar supeditados a nuestros deseos y necesidades; y que ellos poseen un valor inherente que no debemos violar por razones instrumentales.

Eso, y lo directamente relacionado con ello, es todo lo que podemos saber a ciencia cierta. Se trata de datos objetivos que podemos comprobar y demostrar. Más allá de esto, considero que creer que nosotros podemos saber qué es lo que piensan y desean otros animales sobre cada situación de su vida sería simple especulación o una suplantación.

No podemos saber lo que ellos pensarían u opinarían sobre su situación específica. Ellos no nos hablan ni nos comunican sus ideas en un lenguaje que podamos entender. 

Por tanto, no somos «la voz» ni los representantes de la voluntad de otros animales. Lo único que podemos representar es nuestros propios deseos o, aparte, nuestra idea de que lo es moralmente correcto y debemos hacer.

Por todo ello, pienso que no deberíamos decir que somos «la voz» o los representantes de la voluntad de otros animales. No actuamos en nombre de otros animales, ni somos sus portavoces. Sólo actuamos en nuestro propio nombre o en el de lo que consideramos que está bien y que estamos moralmente obligados a hacer.

«No sólo los animales son incapaces de defender sus derechos, sino que son igualmente incapaces de defenderse de quienes profesan defenderlos. A diferencia de nosotros, no pueden desconocer o rechazar las declaraciones que hacen en su nombre.» — Tom Regan