30 de agosto de 2016

«Las Diferencias Entre Singer, Regan, y Francione»

Peter Singer, Tom Regan, y Gary Francione son probablemente los autores filosóficos animalistas más conocidos y difundidos, tanto a nivel informal como a nivel académico, debido a la singularidad y la calidad de sus trabajos acerca de la cuestión de nuestra relación moral con los demás animales.

Sin embargo, una lectura atenta de sus textos apreciará enseguida que existen diferencias notables entre sus ideas. Aunque si bien todos comparten la intención de incluir a los animales no humanos dentro del ámbito de consideración moral, el contenido de sus teorías difiere considerablemente sobre la forma y el contenido de dicha consideración. 

En este artículo, el profesor Gary Steiner expone un conciso análisis comparativo para ayudarnos a comprender mejor esas diferencias y podamos evaluar la teoría de cada autor con precisión. El texto es en realidad un extracto de una entrevista y he decidido traducirlo, con el beneplácito de su autor, por su claridad expositiva.

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Las diferencias entre Singer, Regan y Francione

por Gary Steiner


"Se dice que hay tres autores principales en la moderna ética animal: Singer, Regan y Francione. ¿Podría explicar las diferencias entre ellos tres?"

Singer es un pensador utilitarista, para quien la moralidad es una cuestión de lograr la posible mayor utilidad, placer, o felicidad para el mayor número de seres moralmente significativos. Jeremy Bentham, el predecesor dieciochesco de Singer, respondió a la pregunta de cuáles seres son moralmente significativos al observar que la clave del estatus moral no está en si un ser puede pensar o si puede usar un lenguaje sino en si ese ser es capaz de sufrimiento. Al plantear esto, Bentham cuestionó la creencia tradicional de que sólo los seres humanos son moralmente significativos. En tanto que los animales son sintientes —ellos pueden experimentar placer y dolor—, los intereses de esos animales deben ser tenidos en cuenta en nuestras consideraciones sobre cuáles posibles acciones serían moralmente obligatorias. Este enfoque sobre las cuestiones morales aparentemente parece conllevar la premisa de extender la igual consideración a los intereses de los animales. Pero Bentham se aparta de ello al sugerir que la muerte es un daño menos importante para los animales que para los seres humanos, y que por tanto es moralmente permisible para los humanos que maten y coman animales. De hecho, Bentham va más allá al señalar que es mejor para los animales que sean matados por los humanos que morir por muerte natural —la cual incluye posiblemente la perspectiva de ser matado por depredación.

Singer no rechaza ninguna de las premisas de Bentham sino que las afina. Según dice Singer, al igual que Bentham antes de él, los animales no humanos no pueden pensar sobre el futuro distante y, por tanto, ellos no pierden esencialmente nada al morir. Los animales tienen un interés en no sufrir, pero no tienen un interés en continuar existiendo. De este modo, aunque Singer considera que determinadas prácticas como la ganadería industrial son deplorables, él cree que no existe un impedimento moral absoluto de no comer animales. En Liberación Animal, él afirma que puede respetar a la gente que sólo come animales que hayan sido criados y matados indoloramente. Así, Singer establece una distinción básica entre seres humanos y animales no humanos: los primeros son individuos, mientras que los segundos —al menos aquellos que carecen de capacidades como la autoconciencia— pueden ser tratados como recursos reemplazables. Los seres humanos son capaces de experimentar un mayor sufrimiento —y presuntamente una mayor felicidad— que los animales, ya que los seres humanos pueden conceptualizar y reflexionar sobre los placeres, los dolores, los planes de futuro y otros eventos que los animales no pueden. Por lo tanto, aunque el punto de partida utilitarista reconoce que los intereses de los animales deben ser tenidos en cuenta junto con los intereses humanos dentro del cálculo moral, el utilitarismo de Singer esboza una jerarquía de seres moralmente significativos en la que los intereses de los seres humanos tienen un lugar privilegiado frente a los intereses de los animales.

Tom Regan adopta un enfoque absolutista o deontológico, según el cual todos los seres que poseen determinadas habilidades y características cognitivas deben ser reconocidos como seres que poseen un valor moral inherente. Regan toma ejemplo de Immanuel Kant, quien argumenta que el valor moral inherente es un valor que es absoluto e inviolable y que no tiene nada que ver con la capacidad de sentir placer o dolor. Determinados seres, sólo en virtud de su naturaleza esencial, merecen un respeto moral absoluto y nunca deben ser tratados como simples medios. Para Kant, sólo los seres racionales en su totalidad poseen valor inherente y merecen respeto moral absoluto; y sólo estos seres que pueden reflexionar sobre las normas morales y la idea del valor inherente son seres que poseen dicho valor inherente. Así, para Kant los animales no humanos no poseen valor moral inherente sino que son meras "cosas" con valor instrumental, mientras que los seres racionales son "personas" con pleno y directo estatus moral. Para Kant, él unico valor moral que poseen los animales es indirecto: debemos evitar maltratar a los animales no porque posean un valor moral en sí mismos, sino debido a que maltratar a los animales favorece que nos inclinemos a maltratar a los seres humanos.

Regan prosigue en términos general el enfoque absolutista o deontológico de Kant sobre la ética, además de la crítica de Kant al pensamiento utilitarista. Pero Regan pretende revisar el enfoque de Kant cambiando la suposición de que sólo los seres racionales poseen valor moral inherente. El error de Kant, según Regan, está en suponer que uno debe ser un agente racional para tener un estatus moral pleno y directo. Regan argumenta que el ámbito de consideración moral directa incluye correctamente a los pacientes morales y a los agentes morales: el estatus moral no depende de la habilidad para comprender reglas morales abstractas, y la idea del valor inherente, sino de la capacidad de ser un "sujeto-de-una-vida". Un ser es un sujeto-de-una-vida si tiene deseos, creencias, un sentido de futuro, una vida emocional, la capacidad de tener propósitos, y "una identidad psicofísica a lo largo del tiempo". En otras palabras, cualquier ser para quien su propia vida tiene un sentido, aunque no tenga sentido para los agentes racionales-lingüísticos humanos, es un sujeto-de-una-vida y posee valor moral inherente.

El enfoque de Regan aparentemente mantiene el compromiso de reconocer que el estatus moral de los animales es igual al de los seres humanos. Él argumenta que si los animales y los humanos poseen un valor moral inherente entonces no hay fundamento para atribuir un moral diferente a los seres humanos [agentes morales] y los animales [pacientes morales]. Pero en última instancia, Regan establece el mismo tipo de jerarquía moral que postulaba Bentham y Singer. Él señala que el estatus moral depende de las oportunidades de una futura satisfacción que posea un ser. El igual valor moral confiere solamente un derecho prima facie de no ser dañado. Este derecho puede ser obviado en determinados casos como el del escenario de la balsa que propone Regan, en el cual varios humanos y un perro están en una balsa salvavidas y un individuo debe ser echado por la borda para que los demás se puedan salvar. Dado que, según Regan, los humanos tienen mayores oportunidades de satisfacciones futuras que el perro, entonces es el perro quien debe ser incuestionablemente sacrificado. Más aun, el número de perros no tiene relevancia en el cálculo final; porque sería apropiado, según Regan, sacrificar a milllones de perros para salvar una sola vida humana en dichas circunstancias. Al igual que Singer, Regan considera que actividades como la ganadería industrial son deplorables por el sufrimiento gratuito que inflige a los animales; y aunque su enfoque parece ofrecer un mayor potencial que el utilitarismo para considerar los intereses de los animales igualitariamente junto con los intereses humanos, Regan al final recae en la tradicional jerarquía moral que privilegia a los seres humanos sobre los demás animales, al menos en los casos en los que parece haber un conflicto entre los intereses de ambos.

Gary Francione toma elementos tanto de Singer como de Regan y argumenta desde una perspectiva deontologista o absolutista que prescinde de las jerarquías morales. Al igual que Singer, Francione señala que la sintiencia —la capacidad de tener experiencias subjetivas como el placer y el dolor— es el único criterio relevante para el estatus moral. Al igual que Regan, Francione señala que el valor moral es inherente, lo que quiere decir que es compartido igualitariamente por todos los seres que posean aquella capacidad. Si un ser es sintiente entonces posee un valor moral inherente absoluto al igual que el resto de seres sintientes; pero si un ser carece de sintiencia entonces carece de valor moral. Ahora bien, a diferencia de Regan y Singer, Francione argumenta que el nivel de sofisticación cognitiva es completamente irrelevante en lo que se refiere al estatus de consideración moral. A diferencia de Regan, quien argumenta que ser un sujeto-de-una-vida es un requisito suficiente pero no necesario para tener estatus moral [por ejemplo: habría seres sin conciencia que tendrían estatus moral por otros motivos, como las montañas y los ecosistemas], Francione explica que la sintiencia es necesaria y suficiente para poseer un estatus moral directo; Francione considera que los seres sintientes pueden ser dañados en formas que los seres no-sintientes no pueden, y entiende que no puede haber un criterio que no sea arbitrario al privilegiar los intereses de un ser sintiente [por ejemplo, decir que uno es cognitivamente más sofisticado] sobre los intereses de otro.

Francione argumenta que todo ser sintiente merece igual consideración respecto de sus intereses en consonancia con la consideración de los intereses de los otros seres sintientes. Así, los intereses de un perro deben ser considerados igualmente a los de un ser humano. Esto no no quiere decir que el perro deba ser tratado exactamente en el modo en que tratamos a los seres humanos. Por ejemplo, la igual consideración de los intereses de un perro no equivale a que el perro tenga derecho a votar o a conducir. Pero sí significa que debemos considerar el interés del perro en no sufrir de forma igual al interés del ser humano en no sufrir. Más aún, debemos reconocer algo que ni Singer ni Regan parecen haber advertido: esto es, además del interés en no sufrir, todo ser sintiente tiene un interés en continuar existiendo. La muerte es un daño para un animal tanto como lo es para un ser humano; así que no hay base para argumentar que la vida de un ser humano posee un valor moral mayor que el de la vida de un no-humano sintiente.

Francione analiza el escenario de una emergencia para sacar las conclusiones de su posición. Si nos encontramos con una casa ardiendo en la que podemos salvar o a un ser humano [por ejemplo: un niño] o un perro, Francione señala que no hay un principio según el cual el humano debe ser salvado en lugar del perro. Podemos salvar al humano en lugar del perro, pero esto sucedería porque nos indentificamos más con el humano que con el perro, no porque el humano tenga más derecho que el perro de ser salvado. Más aún, Francione explica que la gran mayoría de situaciones de conflicto entre los intereses humanos y los intereses animales no pertenecen a la categoría de "emergencia", pero tratamos todos los casos de conflicto como si fueran situaciones de emergencia, y así racionalizamos que los animales estén obligados a satisfacer los deseos humanos.

Francione argumenta que la única manera de asegurar la igual consideración de los intereses animales, y evitar la tradicional jerarquía moral que privilegia a los humanos sobre los animales, es abolir el estatus legal de los animales como propiedad. Los intereses animales nunca serán considerados en igualdad con los intereses humanos mientras los animales sean categorizados legalmente como propiedad; una clasificación que tiene sus orígenes en el cristianismo y la filosofía de Locke acerca de la dominación humana sobre los animales. La abolición del estatus de propiedad de los animales va más allá de la obligación de eliminar actividades como la ganadería industrial. Esto conlleva la completa eliminación de todos los usos de animales como instrumentos para satisfacer los deseos humanos: la matanza de animales para consumo humano, la cría de animales para ser usados como vestimenta y otros productos, y todos los usos de animales para experimentación y entretenimiento.

El abolicionismo de Francione conlleva la total eliminación de toda forma de domesticación, incluyendo el uso de animales como mascotas, por la razón de que todas estas prácticas esencialmente tratan a los animales como objetos para el dominio humano. Al exigir la total eliminación de tales prácticas, la posición abolicionista de Francione se opone directamente al bienestarismo, que defiende que determinados usos de animales son permisibles siempre que tratemos bien a los animales al hacerlo. Los bienestaristas intentan justificar determinadas prácticas como la experimentación y la matanza de animales para consumo humano alegando que estas prácticas pueden realizarse humanitariamente. Francione explica que tales prácticas nunca pueden ser humanitarias y son fundamentalmente incompatibles con la igual consideración de los intereses animales al mismo nivel que los intereses humanos.


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4 de agosto de 2016

Sobre la moralidad del consumo de soja



A menudo se acusa a los veganos de que su consumo de soja destruye el medio ambiente, porque para cultivar esa soja se está causando la deforestación de bosques y selvas, y esta destrucción también perjudica a los animales que viven libres en la naturaleza. Lo cual supuestamente contradice el veganismo. Sin embargo, en esta nota me gustaría exponer una serie de argumentos y datos que demuestran que toda aquella acusación es profundamente errada a varios niveles

Primero; no es necesario consumir soja para aplicar el principio del veganismo a la alimentación. La soja es un alimento nutritivo y, por tanto, recomendable dietéticamente, pero su consumo no es estrictamente necesario desde un punto de vista nutricional. Se puede llevar una dieta vegana equilibrada y saludable sin consumir soja.

Segundo; el veganismo es el rechazo moral a la explotación animal, esto es, a la utilización de los animales como medios para fines humanos. Ahora bien, la soja no es un animal ni producirla implica explotar a ningún animal. Por tanto, si nos atenemos a la definición original de veganismo, el consumo de soja no puede contradecir el principio del veganismo, puesto que no implica explotación animal, aunque su producción dañara a otros animales de forma directa o indirecta. Por supuesto, la ética no termina en el veganismo y me parece que la mayoría de veganos deseamos evitar perjuicio a los animales también más allá de la explotación propiamente dicha, pero resulta evidente que esa objeción sobre el consumo de soja parte de una equivocación respecto del sentido del veganismo.

Tercero; la deforestación no está causada por la demanda de soja para el consumo directo de los humanos sino por la demanda de soja para la ganadería, es decir, para la explotación animal. La verdadera causante del ese problema es la explotación ganadera, que es la que está provocando esos efectos dañinos en el medio ambiente y que perjudican a los animales que viven en él. Es la ganadería la que está causando la deforestación y no la agricultura para consumo humano directo.

El hecho de que en realidad sea la ganadería la que está destruyendo sistemáticamente el medio natural por su demanda de soja —ampliando los terrenos que necesita para poder alimentar a miles de millones de animales esclavizados para servir de alimento— es lo que nos aclara que no es el consumo de soja para humanos lo que ha provocado aquella deforestación. Es el consumo de animales lo que indirectamente provoca la mayor parte de la demanda de soja. Así que resulta que los veganos no son los responsables; los responsables de la destrucción del medio ambiente son quienes consumen animales; así como también son responsables de la explotación y muerte de los animales cuyas vidas consumen.

Cuarto; a tenor de los hechos, si consumimos soja, u otros vegetales, en lugar de consumir animales entonces no sólo dejaríamos de causar todas las víctimas de la explotación animal sino también todas las víctimas que indirectamente causa dicha explotación, incluyendo las víctimas de la deforestación provocada por la ganadería en su demanda de cultivos para alimentar a los millones de animales que esclaviza.

Los estudios realizados sobre el impacto ambiental de las distintas opciones alimentarias actuales muestran que la dieta vegana sería la que causa menor daño medioambiental, ya sea tanto en forma directa como indirecta. 

Las evidencias son medianamente claras al respecto. Dejando de consumir productos de origen animal evitamos que miles de millones de animales sean esclavizados y asesinados para ser usados como alimento, vestimenta y otros fines de consumo en la explotación animal. No sólo evitaremos ese daño sino que también podríamos evitar que miles de millones de animales libres sean circunstancialmente dañados por la agricultura, pues aplicando el veganismo necesitaríamos gastar menos recursos naturales en general para poder conseguir una mayor productividad de alimentos. Los estudios indican que una dieta vegetal es medioambientalmente mucho más sostenible que la actual dieta tradicional basada en el consumo de animales.

En conclusión, pienso que quien afirme que le importan los animales pero decida rechazar el veganismo está contradiciéndose a sí mismo. No se puede tomar en serio esa declaración por parte de quien pone el simple capricho de su paladar por encima de las vidas de las animales.

Si en verdad nos importa evitar infilgir daño a los animales deberíamos comenzar por asumir el veganismo como un principio moral en nuestra vida.