28 de febrero de 2014

Antropocentrismo o la ley del más fuerte


Se supone que rechazamos la idea de que el fuerte, por el mero hecho de serlo, tiene derecho a someter o destruir al débil. Pero esto sólo lo rechazamos cuando se trata de seres humanos. Cuando se trata de nuestra relación con los otros animales entonces lo que hacemos es precisamente abrazar e intentar justificar esa idea —la creencia de que los poderosos tienen derecho a oprimir a quienes son más débiles y aprovecharse de ellos para obtener un beneficio. De este modo creemos que nosotros, los humanos, somos superiores, más inteligentes y poderosos que los demás animales y que, por tanto, tenemos una supuesta legitimidad para someterlos y explotarlos en nuestro beneficio. Se trata de la creencia en la superioridad humana.

No obstante, sabemos que los demás animales son seres conscientes —son seres que tienen una mente con sensaciones, intenciones e intereses propios— y sin embargo tradicionalmente los hemos tratado como  si fueran objetos y los usamos como meros recursos; lo hacemos porque podemos hacerlo y porque nos beneficia. Pero, ¿en qué se diferencia este comportamiento nuestro del hecho de esclavizar a otros humanos?

Si podemos ver que el racismo y el sexismo a nivel ideológico postulan la opresión de un colectivo sobre otro, alegando una diferencia de raza o de sexo, también podremos advertir que esa misma mentalidad o forma de pensar es la que preside nuestra predominante relación con los otros animales. Alegando una diferencia de especie nos consideramos legitimados en discriminar y oprimir a los demás animales por no ser humanos. De este modo, los convertimos en nuestras propiedades y los utilizamos de comida y de mascotas y otros fines. Nos aprovechamos de nuestra inteligencia y nuestro poder para hacerles cosas que nunca querríamos que alguien nos hiciera a nosotros mismos, y pensamos que está bien actuar así simplemente porque ellos no son humanos.

En este contexto, el antropocentrismo consiste en considerar a los otros animales como medios para los fines humanos. Los animales son considerados comida, vestimenta, entretenimiento, transporte,… No son considerados como individuos que tienen intereses que debemos respetar sino como instrumentos para satisfacer los deseos humanos.

De este modo nuestra actual relación con los demás animales está basada en la ley del más fuerte: aplicamos nuestro poder sobre aquellos que son más débiles e indefensos que nosotros para así obtener un beneficio de ello. Eso es todo. Así basamos nuestra actual relación con los demás animales: en el poder.

No importa qué ideología tenga cada uno individualmente. Cuando aparece la cuestión de los animales, casi todo el mundo de repente asume postulados que parecen más propios del fascismo; esto es, si tenemos el poder de hacerles algo a los demás para beneficiarnos a nosotros entonces estamos legitimados en hacerlo sin importar el perjuicio o daño que les inflijamos.

A menudo decimos que otros animales no tienen derechos porque supuestamente ellos no tienen capacidad de defenderse y reivindicar sus derechos, pero ¿eso quiere significar que los seres humanos que son explotados y asesinados y no tuvieran medios para defenderse tampoco tenían derecho a la vida y la libertad? ¿Los niños que padecen abusos no tienen derechos dado que no tienen capacidad para defender sus intereses? De este modo estamos alegando que sólo porque tenemos el poder de utilizar y matar a alguien entonces ese alguien no tiene derechos porque no puede defenderse; tenemos el poder de imponerle nuestros deseos, forzando su voluntad y vulnerando sus intereses.

Lo cierto es que aunque si bien podemos de hecho explotar a los animales en cambio lo que no podemos es justificar moralmente la explotación animal. Ningún argumento basado en la razón demuestra que la explotación de los animales se pueda ajustar a los principios éticos básicos. En realidad, el razonamiento nos muestra justo lo contrario. Los principios fundamentales de la ética ponen en evidencia que la explotación animal es contraria a las nociones más básicas de la moral, como denuncia el profesor Gary Francione:

«Señalar que podemos explotar a los otros animales porque somos “superiores” no es más que decir que tenemos más poder que ellos. Y nada más. Y exceptuando a los partidos fascistas, la mayoría de nosotros rechazamos la visión de que el poder establece lo que es correcto. Así que por qué, díganme, está ese principio tan ciegamente aceptado cuando se trata de nuestro relación con los animales.» [Gary Francione, La superioridad humana, 1996]

Al utilizar a los demás animales los tratamos como si ellos sólo tuvieran un valor extrínseco o instrumental, e ignoramos que poseen un valor inherente —ellos valoran su propia supervivencia y bienestar.

Al utilizar a los demás animales estamos supeditando sus intereses a los nuestros, cuando no directamente ignorándolos del todo. Ambas hechos violan el principio de igual consideración.

Al utilizar a los demás animales lo hacemos sin tener en cuenta su consentimiento —como si ellos no fueran individuos que tuvieran voluntad propia sino que fueran meros objetos— y de manera sistemática violamos sus intereses más básicos: su deseo de vivir, su deseo de no sufrir daño, su deseo de disfrutar de su vida y vivir en libertad sin estar sometidos a la voluntad de otros.

Nuestra mentalidad especista permite que hayamos cosificado a seres que sienten hasta el punto de verlos como medios o herramientas que existen para satisfacer nuestros fines. Los hemos convertido en nuestra comida, en nuestra ropa, en nuestro entretenimiento. Los consideramos como nuestra propiedad. Del mismo modo que hicimos con otros seres humanos cuando los convertimos en nuestra propiedades: en nuestros esclavos.

La supremacía de unos seres humanos sobre otros basada en la raza se intenta justificar del mismo modo alegando la superioridad en inteligencia. Lo mismo ocurre cuando se intenta justificar la dominación del hombre sobre la mujer. Y exactamente las mismas excusas se repiten al intentar justificar la explotación del ser humano sobre los demás animales.

Si realmente tenemos un sentido de la justicia no podemos seguir eludiendo ni excusando este grave problema. No debemos seguir ignorando nuestro especismo. Discriminamos moralmente entre individuos según la especie en la que estén catalogados al igual que lo hicimos según la raza o el sexo.

Si somos capaces de empatía no podremos seguir ignorando la injusticia y los padecimientos que infligimos a millones de animales inocentes. Su aspecto físico puede ser muy diferente al nuestro, así como su forma de expresarse y de relacionarse con el mundo. Pero sabemos que ellos sienten. Sienten placer y sienten dolor. Sienten alegría y sienten tristeza. Les importa lo que les ocurre. Desean su propia conservación y bienestar. Los animales no son cosas; son seres conscientes. El hecho probado de que los otros animales sean sujetos, y no objetos, fundamenta el principio de que debemos considerarlos como personas —personas no humanas.

¿Vamos a continuar ignorando lo que les estamos haciendo a los animales que explotamos rutinariamente en los mataderos y otros lugares de explotación animal?

¿Vamos a seguir reivindicando justicia para nosotros mientras al mismo tiempo que utilizamos a otros individuos de comida —o nos vestimos con trozos de sus cuerpos muertos o nos entretenemos a costa de su libertad— sólo porque no son humanos?

La decisión que tomemos marcará la diferencia entre la vida y la muerte, entre la libertad y la esclavitud, para millones de inocentes. Ojalá tomemos la decisión correcta.

24 de febrero de 2014

El error de Pitágoras y la cuestión del especismo

En una cita atribuida al famoso, y quizás legendario, matemático y filósofo Pitágoras, éste expresa que la violencia entre humanos se encuentra directamente relacionada con la violencia que practicamos de forma sistemática hacia los demás animales.

Ésta es la cita:


No obstante, hay razones para plantear que esto que afirma Pitágoras, y que muchos animalistas comparten, no sería cierto.

Los datos muestran que hay países, que siendo en efecto especistas,  que explotan a los animales pero que se caracterizan al mismo tiempo por una fuerte cohesión social y que registran un nivel muy bajo de violencia entre humanos, con cifras casi anecdóticas si se comparan con las de los otros países más violentos.

Además, no hay evidencia que demuestre que aquellos que se dedican directamente a explotar y agredir a otros animales —los matarifes, los toreros, los ganaderos, los cazadores— tengan un mayor índice de criminalidad que el que tienen otros individuos que no trabajan en la industria de explotación animal.


Así que las pruebas nos indicarían más bien que el especismo no es causa necesaria de la violencia entre humanos. Se puede ser especista, explotar a los individuos no humanos, y al mismo tiempo ser muy respetuoso con los seres humanos. Ahí radica la peculiaridad de los prejuicios que discriminan entre individuos de acuerdo a alguna característica concreta: raza, sexo, especie, orientación sexual.

Los prejuicios permiten que tratemos a personas de forma radicalmente diferente por el mero hecho de diferenciarse en su aspecto, tamaño o inteligencia. Esos prejuicios residen en nuestra mente, y para ser cuestionados y erradicados necesitamos confrontarlos mediante la reflexión racional.

Aparte del error empírico de enlazar la violencia entre humanos como causalmente relacionada con nuestra violencia hacia los otros animales, este tipo de manifestaciones incurren también en un error moral porque, ya sea de forma explícita o implícita, dan a entender que lo que está mal en el hecho de agredir a otros animales no sería el daño que les causamos, y la injusticia que cometemos ahí, sino que el problema moral estaría en que ese daño afecta, o puede afectar, a los seres humanos. Este enfoque refuerza aún más el antropocentrismo moral, en lugar de cuestionarlo.


El veganismo pretende denunciar que existe una injusticia específica en nuestra relación con los otros animales —una injusticia basada en creer que los animales son medios para satisfacer los deseos humanos— , así como defender que los animales merecen un respeto moral básico, por encima de cualquier otro criterio. El enfoque vegano defiende que los animales merecen respeto por sí mismos porque poseen un valor inherente. Cualquier otra perspectiva diferente que asocie la importancia moral de la violencia sobre los animales con el perjuicio hacia los humanos no está saliendo del antropocentrismo sino asumiéndolo sin más; como bien explica el profesor Gary Francione:

«Esto no es un paso adelante en la consideración acerca de la ética animal; sería un significativo paso hacia atrás. Este enfoque se aleja aún más de la noción del valor inherente de los animales y se aproxima a la noción de que los animales tienen solo un valor extrínseco que depende principalmente de cómo su uso y tratamiento afecta a los humanos

«Conectar el abuso sobre los animales con la violencia hacia los humanos implica una muy estrecha definición de lo que constituye abuso. Tendemos a concentrarnos en los actos extremos de un número pequeño de individuos y a no reconocer que nuestro uso de los animales en los aceptados contextos institucionalizados también representa abuso.»

Mientras no cuestionemos y desafiemos —tanto en nosotros mismos y en los demás— la creencia de que los demás animales son medios para fines humanos, entonces las consecuencias de esa creencia se seguirán produciendo sin cesar.

15 de febrero de 2014

Los crustáceos son seres sintientes


«Experimentamos conductas básicas como comer, beber o emparejarnos como placenteras porque sirven para sobrevivir y reproducirnos. Y no sólo los humanos sino prácticamente todos los animales.» ~ Pablo Malo


Según relata Igor Sanz en su artículo «¿Qué sabes de los crustáceos?»:

«¿Y qué hay en cuanto a su capacidad de sentir? ¿Sienten dolor los crustáceos? Pues aunque pueda parecer una pregunta absurda, lo cierto es que hace unos años una parte de la comunidad científica entró en debate en torno a este tema.

El caso comenzó en Noruega, cuando el gobierno solicitó a la Escuela de Veterinaria y Ciencia de Oslo que estudiara la capacidad de sentir dolor de las langostas en respuesta al deseo de aplicar nuevas leyes de protección animal en dependencia del grado de dolor. Al final, dicha escuela, por boca del biólogo Wenche Farstad, concluyó que debían “sentir algo, pero no dolor”, y que lo que parecía dolor, “tan sólo eran reflejos”. Ante esto, no sólo reaccionó el movimiento por lo derechos de los animales no humanos, sino también algunos miembros de la comunidad científica, que llevaron a cabo nuevas pruebas y llegaron a una resolución radicalmente distinta.

Robert Elwood, experto en comportamiento animal de la Queen’s University de Belfast, por ejemplo, concluyó que las “reacciones” de las que hacía mención Farstad eran “consistentes con la interpretación de la experiencia del dolor”, mientras que el neurobiólogo Tom Abrams afirmaba que “poseen una extensa colección de sentidos” y que no tenía ninguna duda de que “pueden sentir dolor”.

En la misma línea se pronunciaron Jelle Atema, bióloga marina del laboratorio Biológico Marino de Woods Hole, en Massachusstes, o el Dr. Jaren G. Horsley, zoólogo experto en invertebrados y que ha estudiado a los crustáceos durante varios años, quien aseguró que “poseen un sofisticado sistema nervioso que, entre otras cosas, les permite percibir y sentir acciones que los lastimen”. Horley, de hecho, opinaba que los crustáceos podían incluso llegar a un mayor grado de sufrimiento que los humanos al no contar “con un sistema nervioso autonómico que entraría en estado de shock”, con lo que el dolor y el sufrimiento en tal caso se alargan hasta que “el sistema nervioso es destruido”.»

Las evidencias con las que contamos acerca de la sintiencia en crustáceos no son menores ni más débiles que las evidencias que tenemos de que los humanos pueden sentir. Dado que sentir es un fenómeno puramente subjetivo y sólo tenemos experiencia de nuestra sintiencia individual, la única garantía objetiva para saber si otros animales –humanos o nohumanos– sienten sería el diseño y funcionamiento del sistema nervioso, así como la conducta externa.

Así se expone en recientes estudios como el publicado en la revista New Scientist:

«Tradicionalmente se creía que los crustáceos no sentían dolor al ser echados al fuego para ser cocidos, una creencia que permitía echarlos a la sartén sin ningún remordimiento. Sin embargo, un reciente estudio ha afirmado que esto no ocurre así, y que, contrariamente a lo que se pensaba, estos crustáceos sí sienten dolor.  

Esta suposición tradicional se veía afirmada por las conclusiones extraídas de una serie de investigaciones noruegas, las cuales afirmaban que estos animales no sentían dolor, puesto que sus sistemas nerviosos aún no están lo suficientemente desarrollados como para ello.

¿Pero dónde quedaba en la mente de estos científicos el hecho de que el dolor es crucial para la evolución ya que permite que los animales eviten las experiencias dañinas que pueden llegar a eliminar su especie? Aparentemente en ningún lado

Siguiendo esta premisa casi de sentido común, Robert Elwood y su equipo de científicos de la Universidad de Belfast experimentó con las antenas de 144 gambas, echándoles ácido acético [ácido del vinagre], y comprobando que al echarles este elemento, las gambas comenzaban a frotar las antenas afectadas y no las otras.

Esto es un indicador de que las gambas sentían dolor en estas antenas, puesto que esta conducta es típica de los animales cuando están afectados.

Según Richard Chapman, científico de la Universidad de Utah, los animales tienen receptores que permiten detectar sustancias irritantes. Por lo tanto, si todos los animales poseen la misma cualidad, ¿por qué no han de tenerla los crustáceos?"»

El profesor Bob Elwood, de la Universidad Queens de Belfast, afirma:

«No sé lo que pasa por la mente de un cangrejo, pero puedo afirmar que la forma en la que reacciona va más allá de un reflejo directo y se ajusta a todos los criterios del dolor.»

Todas las investigaciones acaban concluyendo en términos muy similares:

«"Ha existido un largo debate respecto a si los crustáceos como los cangrejos, las langostas o los camarones sienten dolor". "Esta investigación demuestra que no se trata de un simple acto reflejo, sino que los cangrejos calibran su necesidad de encontrar un caparazón de calidad con la necesidad de evitar estímulos dolorosos"»

De todos modos, me gustaría señalar un punto importante al respecto: la capacidad de sentir no se limita ni se reduce a la capacidad de sentir dolor. Sentir es ser consciente de experiencias subjetivas. Aunque el dolor es una sensación habitual inherente en los seres con sistema nervioso. Se puede sentir sin tener que sentir necesariamente dolor —aunque los crustáceos efectivamente sienten dolor. Por eso hablamos de los sentidos: ver, oír, oler, saborear, tocar,... Las experiencias subjetivas abarcan más sensaciones que el dolor y el placer.

De acuerdo a un artículo publicado en la revista Science:

«Los estomatópodos o langostas mantis son crustáceos conocidos por sus llamativos patrones corporales de color y fluorescencia, por ser extremadamente veloces y porque tienen personalidades muy diferentes. Algunos se comportan de forma extremadamente agresiva, mientras que otros son más curiosos e interactivos.

Los seres humanos tienen una visión basada en tres conos o células sensibles a los colores primarios: rojo, verde y azul [sistema RGB, por las siglas en inglés]. Por este motivo, el cerebro determina los colores de los objetos comparando la excitación relativa que recibe de estas tres entradas de color en el ojo.

Lo que sugiere el estudio es que estos crustáceos pierden parte de su habilidad para discriminar entre colores –por ejemplo, podrían no ser capaces de diferenciar entre naranja claro y amarillo oscuro– pero reconocen rápidamente los colores básicos sin comparar longitudes de onda del espectro visible en su cerebro.

El resto de los animales, incluidas las aves, monos, ranas y peces, también interpretan los colores de su mundo de esta manera.»

Sabemos que los crustáceos pueden ver, y asimismo pueden oír, pueden oler,... Pero resulta que todavía existe controversia sobre si sienten o no: sobre si son seres conscientes. Entonces se da el absurdo de suponer que ellos pueden ver pero no son conscientes de que ven; ellos oyen pero pudiera ser que no son conscientes del sonido.  Podemos ver que ellos tratan de sobrevivir pero negamos que tengan un deseo de continuar viviendo. Esto no tiene sentido.

Los demás animales poseen un sistema nervioso centralizado y actúan claramente como si fueran conscientes, sin embargo la comunidad científica no reconoce unánimemente todavía que todos ellos sean seres conscientes. Si bien, toda la investigación claramente señala que las especies invertebradas pueden experimentar un estado emocional complejo similar al de los vertebrados.

Hasta el momento sólo se acepta de forma consensuada que mamíferos y aves son individuos conscientes [Declaración de Cambridge]. Sin embargo todavía no hay un reconocimiento unánime acerca de la conciencia en otros grupos de animales como son los reptiles y los peces, a pesar de que las evidencias son tan numerosas y consistentes como en el caso de aves y mamíferos. La controversia es mayor en el caso de los insectos, pero de nuevo, todos los estudios indican con mayor o menos claridad que ellos también son seres sintientes.

El prejuicio del antropocentrismo nos conduce al absurdo de reconocer que otros animales pueden sentir –oyen, ven, sufren, disfrutan y en general actúan claramente como si fueran conscientes– al mismo tiempo decimos no tener claro si realmente sienten, si son conscientes, simplemente porque su cerebro o su sistema nervioso es diferente del nuestro humano.

Si otros animales pueden sentir entonces tienen que tener, al menos, una conciencia básica que experimenta las percepciones procesadas. La sensación implica conciencia: alguien-siente-algo. Esto es la subjetividadla existencia de un «yo». Entendemos que este fenómeno material es el único requisito necesario para ser considerado persona.

Referencias:

13 de febrero de 2014

El caso Marius




La cuestión es: ¿en qué se diferencia ese crimen de lo que sucede en los mataderos y demás centros de explotación animal?

El caso de Marius demuestra que los animales no humanos no pueden tener derechos de ningún tipo mientras sigan siendo propiedades de los humanos. 

Abolir el estatus de propiedad animal es el primer requisito a conseguir antes de que las leyes puedan proteger de verdad los intereses de los animales. Esa abolición comienza necesariamente en el veganismo.

Si reconocemos que infligir daño a los animales sin una razón justificada es algo que está mal entonces la única respuesta coherente es dejar de utilizar a los animales.

Todos los animales no humanos esclavizados son Marius. Todos ellos son diariamente encerrados, agredidos y asesinados por nuestro capricho. Todos son igualmente víctimas del supremacismo humano.

La única respuesta coherente y razonable ante esta injusticia es el veganismo.



11 de febrero de 2014

Contradicción




"Lo que tengo que pensar en todo momento es si con mis acciones no contribuyo al daño que condeno. Y si son parte de ese daño, ¿qué haremos? Thoreau nos dice: rompe la inercia; haz que tu vida ayude a parar la máquina." ~ Vanina Escales


Nuestra sociedad está inmersa en una permanente y extrema contradicción.

Por un lado, consideramos y tratamos a los demás animales como objetos. Por otro lado, somos conscientes de que ellos en realidad no son objetos. Los demás animales sienten y tienen intereses. Después nos lamentamos de las efectos terribles que conlleva considerar a los animales como objetos, como simples medios para satisfacer nuestros fines: alimentación, vestimenta, ocio,..

¿Acaso no sucede lo mismo cuando consideramos como objetos a los seres humanos? Si ignoramos la individualidad y los intereses de otros humanos entonces es inevitable que les causemos daño, sufrimiento y muerte. ¿Cómo no va a suceder lo mismo cuando se trata de otros animales? Nos sorprendemos de algo que nosotros provocamos al ignorar el hecho de que los demás animales sienten, sufren y desean vivir y evitar el daño. 

Sabemos que los demás animales son seres conscientes —son individuos con su propia voluntad e intereses— pero los tratamos como objetos. No queremos que los demás animales sufran innecesariamente por nuestra culpa pero al mismo tiempo les causamos todo tipo de perjuicios constantemente y de forma innecesaria. 

Parece que sólo nos damos cuenta de la inmoralidad de esa cosificación cuando vemos a alguien practicando la violencia directa contra otro animales —por ejemplo, en la caza o en la tauromaquia— pero no nos paramos a pensar en que nosotros estamos haciendo lo mismo cuando cuando consumimos productos de origen animal: carne, lácteos, huevos, miel, lana,... Todos estos productos implican privación de libertad y agresión a la integridad física de los animales sometidos a explotación.

Decimos que está mal dañar o matar a otros animales innecesariamente —por mero placer o diversión— pero no necesitamos utilizar a otros animales para comida, vestimenta o entretenimiento; y sin embargo los utilizamos.

El profesor Gary Francione analiza esta confusión de la siguiente manera:

1. Casi todos nosotros estamos de acuerdo en que está mal hacer daño a otros animales innecesariamente, por simple diversión o placer.

2. Pero resulta que que el 99% de los usos que hacemos de otros animales son innecesarios, y todos ellos implican dañar, hacer sufrir y matar a los demás animales.

3. Por tanto, si de verdad estamos en contra de matar o hacer sufrir innecesariamente a los demás animales, entonces, por simple coherencia, deberíamos dejar usarlos como comida, vestimenta o entretenimiento. Todos estos usos son innecesarios y causan daño, sufrimiento y/o muerte a los demás animales.


Además, Francione también argumenta en sus escritos que es imposible proteger los intereses básicos de los animales mientras sigamos considerándolos como nuestra propiedad, porque la propiedad no puede tener derechos y los intereses de estos animales siempre estarán supeditados a los de sus propietarios.

Siempre que eso beneficie los humanos, los intereses de los animales no humanos —su interés en vivir y su interés en evitar el daño— serán vulnerados en beneficio humano. Por esto, no tiene sentido decir que queremos respetar a los animales al mismo tiempo que los tratamos como objetos: como recursos para nuestro beneficio.

La única forma de salir de esta absurda contradicción es ser coherentes con el hecho de que los demás animales no son objetos y, por tanto, dejemos de tratarlos como si lo fueran. De lo contrario estaremos incurriendo en hipocresía y convirtiendo en víctimas inocentes a otros animales por simple diversión o por inercia de nuestros hábitos.

La cuestión moral del asesinato no reside en primer lugar en cómo se lleva a cabo sino en el hecho mismo de cometerlo. Los demás animales desean vivir y que no les hagan daño. ¿Por qué razón habría que respetar ese interés sólo en los humanos pero no también en los los otros animales si es el mismo interés? Esto se aplica igualmente al resto de intereses básicos que compartimos con ellos. Ninguna razón justifica discriminarlos sólo por no ser humanos. Esta discriminación es arbitraria.

No necesitamos utilizar a otros animales para poder vivir. Por ejemplo, los humanos podemos vivir perfectamente con una dieta 100% vegetal. Así que no comemos por necesidad sino por el placer que obtenemos al comer sus cadáveres o ingerir las secreciones de sus cuerpos. Lo hacemos por seguir la inercia de lo que aprendimos de niños. Heredamos una tradición en la que hemos sido inculcados y que repetimos de forma inconsciente. Lo mismo que sucede con quienes practican la tauromaquia, la caza o cualquier otra práctica de explotación sobre los animales no humanos.

Tampoco tenemos necesidad de utilizar a otros animales para vestimenta, entretenimiento o cualquier otra finalidad. Casi todos los usos de animales son ya ahora mismo perfectamente prescindibles o intercambiables por opciones que no implican usarlos. No son necesarios en ningún sentido razonable del término.

No hay nada en nuestra naturaleza que nos obligue a explotar a otros animales. Podemos vivir sin utilizarlos como comida u otros fines; aparte de que la naturaleza no es ningún criterio ni referente moral. En la naturaleza hay agresiones, hay canibalismo y hay muchos otros comportamientos que no es correcto que imitemos. Señalar la naturaleza no es realizar ningún razonamiento moral, sino una simple descripción de algo que sucede.

Se puede vivir sin explotar a otros animales del mismo modo que podemos vivir sin explotar a otros humanos. No tiene nada de extraordinario ni de peculiar. Millones de personas en todo el mundo vivimos sin utilizar a los demás animales, es decir, sin usarlos como comida, vestimenta, entretenimiento o cualquier otro fin que implica privarlos de libertad o matarlos. Esto no es una mera idea o propósito. Es un hecho.

En definitiva, resulta pues incoherente estar en contra de causar daño innecesario o injustificado a otros animales si al mismo tiempo participamos en su explotación, ya sea para comida o cualquier otro fin. Toda esa explotación es tan innecesaria como injustificada. Por tanto, si no cambiamos nuestra actitud estaríamos cayendo en la contradicción —o directamente en la hipocresía— de apoyar lo mismo que denunciamos y decimos estar en contra.

El veganismo no suponer adoptar ninguna postura de "superioridad" moral sino justo al contrario. Los humanos no estamos moralmente situados por encima de los otros animales. Todos los seres sintientes somos iguales en el hecho de sentir, y esta característica es el único requisito necesario y suficiente para ser considerado como sujeto de consideración moral. Nada más es necesario para ser considerado como miembro de la comunidad moral.

No debemos aceptar el enfoque bienestarista que se limita a posturar que debemsos "reducir el sufrimiento" porque, entre otras cosas, esto sirve para justificar la explotación con la excusa de que esta se intenta llevar a cabo con el "menor sufrimiento". En cambio, el enfoque humanitario que exige no causar ningún daño que no fuera estrictamente necesario para la supervivencia nos conduce ineludiblemente al veganismo.

No necesitamos utilizar a los demás animales en ningún sentido razonable del concepto de necesidad. No necesitamos usarlos para comida ni para vestimenta ni para cualquier otro fin que sea necesario para vivir y gozar de una buena calidad de vida. Así que cualquier clase de daño que les causemos por este motivo no se puede excusar apelando a la necesidad y es moralmente injustificado.

En resumen:

* Decimos que nos tomamos en serio los intereses de los animales, pero luego no dudamos en usarlos y matarlos para nuestro beneficio. Les hacemos cosas que no querríamos que nadie nos hiciera a nosotros mismos. Sólo porque no son humanos creemos que su deseo de vivir, o de evitar el daño, tiene menos valor que nuestro deseo de paladear trozos o secreciones de sus cuerpos.

* El hecho de explotar a otros animales no se puede justificar moralmente, del mismo modo que tampoco se puede justificar en el caso de seres humanos. Utilizar a otros individuos contra su voluntad y sus intereses es una flagrante violación del principio moral de igualdad que forma parte de una ética racional.

* Si de verdad nos importara evitar causar daño innecesario a otros animales, entonces lo único coherente y efectivo sería dejar de utilizarlos. No tenemos ninguna necesidad de comer animales, o de vestirnos con trozos de sus cuerpos, y lo hacemos simplemente por costumbre, por inercia, o por mero placer. 

1 de febrero de 2014

La cosificación



«Hasta tiempos muy recientes se ha entendido que domar un animal consiste en quebrar su voluntad. Anular su albedrío de tal modo que la bestia se torne indiferente a sus propios intereses y apetencias, que pasan a ser los de su amo.

Para lograr ese objetivo no cabe otro camino que el uso de la fuerza bruta, en varias modalidades. El castigo es la base, ya sea mediante el apaleamiento, el hambre, la reclusión o la tortura. Pero con eso no basta. Hay también que hacer ver al sometido que su libertad no existe; que es su amo quien decide lo que debe hacer o no.

Para ello, es imprescindible anular su iniciativa y capacidad de elección hasta insensibilizarlo respecto a su carencia. Tan solo así se consigue que, cuando se abre la jaula o se desatan las ligaduras, el animal siga inmóvil. Renuncia a ser libre porque la cárcel ya no está entre barrotes o ataduras, sino en su propia conciencia. Ya es un esclavo. En el argot de la doma, se le llama bestia rota.» - Eliseo García


De acuerdo al trabajo de autoras feministas como Martha Nussbaum y Carol Adams hay una serie de puntos fundamentales que estarían entre los criterios que conforman el hecho tratar a una persona como un objeto, es decir, la cosificación. Enumero algunos de ellos, en forma muy concisa, que ya he expuesto anteriormente en algunos ensayos de este blog. Todos ellos están intrínsecamente relacionados y expresan diferentes aspectos de un mismo fenómeno:

INSTRUMENTALIZACIÓN: el tratamiento de una persona como una simple herramienta para los fines de otra persona


NEGACIÓN DE LA SUBJETIVIDAD: el tratamiento de una persona como algo cuyas experiencias y sentimiento no deben ser tenidos en cuenta


REDUCCIÓN A LA APARIENCIA: el tratamiento de una persona principalmente en términos de cómo se ven, o cómo le parecen a los sentidos


 



Cuando asocias la personalidad moral a la especie humana entonces al cuestionar o negar la humanidad de un individuo estás cuestionando o negando su estatus de persona. Puesto que se considera que sólo los humanos son personas esto conlleva que no ser considerado humano automáticamente te convierte en un ser inferior o en un objeto que no merece ni siquiera un respeto básico.

Así, la cosificación aparece cuando consideramos a los otros animales como si fueran un simple medio para satisfacer nuestros fines y no como individuos que tienen derecho a que sus necesidades e intereses sean tenidos en consideración en igualdad de condiciones, es decir, que sean considerados como fines en sí mismos y no como medios para los fines de otros.

En aquel punto, la cosificación coincide con la violencia. Pues la violencia consiste esencialmente en tratar a personas como si fueran objetos, tal y como expresa el profesor Gary Francione:

«La violencia trata a otros como medios para fines en vez de tratarlos como fines en sí mismos. Cuando actuamos violentamente contra otros —sean humanos o no humanos—, ignoramos su valor inherente. Los tratamos sólo como cosas que no tienen ningún valor, excepto el que nosotros decidamos darles. Esto es lo que lleva a las personas a involucrarse en crímenes de violencia contra la gente de color, mujeres, gays y lesbianas. Esto es lo que nos lleva a cosificar a los no-humanos y tratarlos como recursos que existen solamente para nuestro uso. Todo esto es erróneo y debe ser rechazado.»

La incapacidad para percibir a los demás animales como personas es un síntoma del especismo: la inculcación del prejuicio que dice que otros animales merecen ser tratados de forma moralmente distinta sólo por no pertenecer a la especie humana.

Estas características que conforman la cosificación no se van a evitar gracias a la prohibición de una práctica determinada ni van a ser resueltos mediante la eliminación de una forma concreta de abuso. Parece obvio, a mi modo de ver, que la clave para aceptar el derecho de los animales no humanos a no ser tratados como un medio para alcanzar fines humanos está, en primer lugar, en la educación y no en la represión. 

No tiene sentido pues intentar corregir, mediante regulaciones legales, un sistema que funciona precisamente bajo el supuesto de que los otros animales son medios para nuestros fines, si primero no se confronta y desafía esa creencia. Todo intento de evitar la violencia sin atender a sus causas se convierte en un imposible y está inevitablemente abocado al fracaso.

Los activistas enfocaremos mejor nuestros esfuerzos si nos dedicamos a participar y ayudar en esta labor educacional, en lugar de tratar de imponer una regulación legal que no aporta nada en absoluto para el proyecto de cambiar nuestra relación moral con los no-humanos. Un tipo de regulación que, en su idea y en su práctica, acepta de base la violencia contra los demás animales al no cuestionar el hecho de que los utilicemos como medios para nuestros fines. 

Erradicar el problema de la cosificación de los no-humanos es una labor que apenas acaba de comenzar. Respetar y valorar a los demás animales como iguales es una habilidad adquirida, partiendo de la base de nuestro sentido moral, y debería ser tarea de los activistas el instruir a los miembros de la sociedad en su adquisición y práctica. 

Todo esto tiene que partir lógicamente de la difusión de un nuevo paradigma moral que desplace la idea de los animales como objetos/recursos/cosas hacia la idea de los animales como individuos que poseen una mente, conciencia de sí mismos, emociones e intereses propios.

Para conseguir esto no es suficiente, aunque sí necesario, reconocer que los demás animales animales son seres sintientes. También es necesario reconocer su personalidad —su condición de personas

Sin un cuestionamiento claro y directo de la cosificación nunca lograremos que los no-humanos dejen de ser tratados como objetos y empiecen a ser respetados como personas.


Bibliografía:

La objetivación de los animales [2010] Félix Mariano Vallejos 

- La política sexual de la carne [2015] Carol Adams